Machos cabríos de lúgubre ensanche paquetil:
estaba a punto de ponerme los zapatos
para ir en busca de esa felicidad
que jamás supisteis darme.
No recuerdo ni vuestros nombres.
Sólo sois fantasmas vivos
con más polla que adverbio.
Sólo recuerdo vuestras camas estrechas, deshechas,
las llamadas a las cinco de la mañana,
los días innombrables de domingo y festivos,
la fiesta y el entierro eterno de la presa carne,
inútilmente superflua, adobada de perfume barato,
roída, imperdonable.
inútilmente superflua, adobada de perfume barato,
roída, imperdonable.
Sólo recuerdo el mantel de rosas
de vuestra puta madre
adornando el salón lleno de fotos infantiles.
Sólo recuerdo vuestras pecas dionisias
en el volcán efímero de la lucha armada,
los porros del después,
las falacias del antes,
los gemidos didácticos del mientras.
Sólo recuerdo el olvido en aguaceros achicados
de mis promiscuas mejillas.
Pero no recuerdo ni vuestros nombres.
Machos cabríos de lúgubre ensanche paquetil:
seguid buscando musas de piernas abiertas,
amantes predispuestas al amor de leche cortada.
Porque, a estas alturas,
ya tengo más ovarios que agujero.
Y no me sé ni vuestros nombres...