Libres, ellos acaban de nacer bajo una sábana efímera.
Ella, se sienta en la cúspide de la nocturnidad. A ella le absorbe la noche, le absorben los sueños, los delirios, las psicofonías melancólicas del crepúsculo moribundo.
Él, la bebe y mientras la disipa. Él la descongela. Es un enjambre solitario, un percance de la vida, un suspiro, un llanto amamantado por miles de instantes sonrientes.
La escena sigue su curso. El tiempo no consume los abrazos vespertinos, las caricias de consuelo, las miradas de deshielo. Todo crece y todo se destruye en esta cama profanada tantas veces, pero virgen en su esencia. Un lamento. Se oye un lamento. Como un quejido. Resuenan las bocas tapadas y las cuerdas vocales siguen su curso, junto a la escena privilegiada y transitoria de una enfermedad que les envuelve.
Él, ciego de besos, recorre sus caricias; mientras, ella alejada del mundo indescriptible, brota de la tierra seca y estéril. Es una simple gota de sudor la que la empapa de versos.
Él no conoce gemido innecesario y se pregunta si los pájaros se suicidan tirándose desde acantilados, si el silencio es lo que hace hablar a un sordomudo, si el destino se inventó gracias a un ciego de besos, como él.
Las manos vibran al desdén de la fragancia de la brisa.
Es la cúspide de la nocturnidad lo único que sobrepasa a los amantes.
Ella vuelve. Él se queda. Ellos gritan y lloran en silencio. Ellos se dicen adiós con la mirada. Ellos se mueren por dentro.
Ella, se sienta en la cúspide de la nocturnidad. A ella le absorbe la noche, le absorben los sueños, los delirios, las psicofonías melancólicas del crepúsculo moribundo.
Él, la bebe y mientras la disipa. Él la descongela. Es un enjambre solitario, un percance de la vida, un suspiro, un llanto amamantado por miles de instantes sonrientes.
La escena sigue su curso. El tiempo no consume los abrazos vespertinos, las caricias de consuelo, las miradas de deshielo. Todo crece y todo se destruye en esta cama profanada tantas veces, pero virgen en su esencia. Un lamento. Se oye un lamento. Como un quejido. Resuenan las bocas tapadas y las cuerdas vocales siguen su curso, junto a la escena privilegiada y transitoria de una enfermedad que les envuelve.
Él, ciego de besos, recorre sus caricias; mientras, ella alejada del mundo indescriptible, brota de la tierra seca y estéril. Es una simple gota de sudor la que la empapa de versos.
Él no conoce gemido innecesario y se pregunta si los pájaros se suicidan tirándose desde acantilados, si el silencio es lo que hace hablar a un sordomudo, si el destino se inventó gracias a un ciego de besos, como él.
Las manos vibran al desdén de la fragancia de la brisa.
Es la cúspide de la nocturnidad lo único que sobrepasa a los amantes.
Ella vuelve. Él se queda. Ellos gritan y lloran en silencio. Ellos se dicen adiós con la mirada. Ellos se mueren por dentro.
Tus sonrisas no serán efímeras,sino eternas...
ResponderEliminarAinsss..ángel. Contigo, sin duda alguna. :)
ResponderEliminarqué bello, es prosa poética, aplausos silenciosos
ResponderEliminarSaludos