Conozco a varios que no se pierden ni
una misa de domingo. No porque crean en Dios, sino por miedo a que Dios no crea
en ellos. Una sotana perdona sus pecados en nombre del altísimo. Una semana más
para seguir siendo hijos de puta. Hasta el domingo siguiente cuando, con cabeza
gacha, hacen fila india para redimirse de nuevo con hostia en paladar y cuatro
canciones armoniosas. Son hijos de puta, pero como Dios manda.
*
Ausencia de abstractos alrededor de una
candela. Vacío que tirita y me impregna de falsa pluma. Contar hasta diez en
números romanos para solo acabar con pesadillas. Descalzarse hasta el
estornudo. Dedicarle unos versos a esa yo de hace años y decirle que el tiempo
sana. Lento.
*
Y el tiempo se ralentiza cuanto más te lames las heridas. Cuando piensas en esas bifurcaciones
que no tomaste.
Ese tiempo que piso
Pena
bordado de asfalto.
Penita,
pena.
*
La rama no cae de ese limonero. Ahí
pasa las estaciones, en cambiante quietud, a expensas de lo que depare el
cielo. La rama no cae de ese limonero. Brota azahar, pare limón y el grito de quién me ha robado el mes de Abril de un
cigarro mal apagado la funde con el olvido. La rama cae de un limonero que
muere y la vida parece seguir igual. Solo es ceniza que el viento esparce por
el mundo.
*
Entiendo por qué Dios es tan necesario. Es tan difícil rezar al aire y tan fácil pensar que te han oído. Quizá a la inversa. Al fin y al cabo, alguien tiene que oír. Un infinito que desconocemos y llenamos de experiencias propias que consideramos universales. Un Dios de página en blanco, de cajón de mesita de noche y al que solo damos uso cuando la palabra no es suficiente. O una Diosa que nos acune, que nos vista de domingo para recoger margaritas por el campo una mañana soleada de invierno. Y por las noches nos abrigue, con coralina y beso en la frente, con cuentos sin moraleja, impresionistas..
No hay comentarios:
Publicar un comentario